miércoles, 8 de abril de 2009

El sol y la luna



Era una lluviosa tarde de abril cuando ella huía por la puerta principal del café de siempre, llevándose por delante al mozo, tres cafés con leche y dos tostados. Y aunque todas las miradas curiosas se clavaron en mi sien; la mía se fue tras ella, viendo cómo su figura se perdía entre las gotas de lluvia que decoraban los cristales. Luego de largos minutos, tras comprobar que no volvería, a pesar de que se había olvidado el paraguas, tomé la primer servilleta del montón y escribí “La convivencia de la oscuridad y la luz”.

Ese sería el principio de la historia a la que que ella acababa de ponerle punto y aparte. O por lo menos eso trataba de escribir mientras el lado oscuro sobre su silla me recordaba todo lo que vivimos juntos. Tantas veces había empezado y terminado nuestra historia que interpretaba sus portazos más como giratorias de banco que herméticas de caja fuerte. Es que, esta relación es una y muchas. Porque no se cómo, pero logramos vivir de ratos cada uno su vida y paralelamente, cruzarnos y enmarañarnos periódica pero sistemáticamente. Como si nuestras vidas estuvieran conectadas por vaya uno a saber qué mística, magia o fuerza mayor.

En ese instante por ejemplo, no podía dejar de imaginarla sentada frente a mi, mareando su cucharita dentro del café, mirándome sin decir una palabra y diciéndolo todo. Mirándome con ojos vidriosos y fortaleciendo al nudo en la garganta que ahora me incita a dejar de escribir para secarme las lágrimas. Es que desde que nos conocimos, vivimos tantas cosas juntos. Intercaladas o en cuotas como dice ella. Pero tan intensas.

La primera fue la más especial como todos los estrenos. Todo era nuevo: nosotros, lo que nos quemaba en el pecho, la ciudad, ese no poder despegarse el uno del otro. Fue tan espontáneo, tan inocente y tan tierno que me estremezco al recordarlo. Igual como todo lo bueno duró poco. Al terminar la semana cada uno debía volver a su vida de todos los días.

Y pasaron los meses, las llamadas, algunas cartas, muchas promesas y muchas palabras más para aliviar la espera. A fin del año habíamos conseguido ganarle al destino dos o tres brevísimos encuentros. Así y todo el final estaba escrito: -Mejor no nos vemos más.- dije yo. Ella, sin entender y sin querer entender, camufló sus lágrimas haciéndose la fuerte, mientras en realidad se deshacía por dentro.

Años después, luego de infinitos comentarios, de idas y venidas de amigos, de viajes sin avisar y cartas no enviadas, ella reapareció. Dispuesta a llevarse el mundo por delante, fiel discípula del “decir lo que sentís y hacer lo que pensás” me abrió de par en par su alma. Y así, nos volvió a hervir la sangre, los recuerdos a las mentes y aquellas ganas postergadas que harían de todo para juntarnos. La excusa fue un café, luego unos minutos en el parque, más adelante un abrazo y finalmente uno de los besos más dulces que me dieron en la vida. Ambos sabíamos que eso era todo lo que podía ocurrir. El silbato de las tres marcaría un nuevo exilio y ya hartos de pelear contra los molinos de viento habíamos pactado aceptar esta regla de juego.

Así fue como Dios, la vida, el destino o un juego de mesa con el que se entretienen estos tres, nos llevó a ambos por caminos remotos. Una y otra vez nos acercamos y alejamos como el mar de la costa que nos unió la primera vez. Pero esa historia así... no era humana. Era cruel. No alcanzar a olvidar para volver a recordar, a sentir, a ilusionarse y finalmente, sufrir amargamente hasta que a alguno de los tres jugadores se les cayera el dado o perdiera el turno, y así tal vez poder burlar su esquema para vernos.

El bar estaba cerrando y el mozo refunfuñaba mientras me traía el octavo cortado que había pedido con el único fin de recibir más servilletas. Su paraguas seguía ahí, único testigo de lo que escribía, a punto de convertirse en rehén o trofeo de una batalla con final tan confuso como esta historia.

Terminado el último el café. Junté mis cosas, su paraguas y me di ánimos para salir a caminar bajo la lluvia. Una idea que no escribí me rondaba en la cabeza. ¿Y si somos como dos astros que por su naturaleza se atraen y y a la vez, por razones que aún la ciencia desconoce, se repelen? - me pregunté. De ser así, tendría lógica pensar que el mismo magnetismo que nos une testarudamente, es quien nos separa despiadadamente, haciéndonos jurar sin manos ni testamentos, que nos encontraremos una y otra vez. Más allá de la distancia, los sucesos o el tiempo.

Después de darle muchas vueltas al asunto y de llegar empapado a ninguna parte, concluí que todo lo que nos une es un universo perfecto, que esas idas y venidas se llaman eclipses, y que lo que nos aparta y acerca son las diversas órbitas, la tierra o los años luz. Pero ella no lo vio así cuando le hice una propuesta mientras mareaba a su cucharita en el café:
-
Si vos sos Luna, yo soy Sol- dije sonriendo con ilusión. Pero definitivamente este amor es de otra galaxia.

viernes, 3 de abril de 2009

Amor de oficina



Eran las 8.56 de una templada y primaveral mañana cuando llegué al estudio. Un cielo muy turquesa, la temperatura ideal y esa suave brisa que te despeina a orillas del río me hacían dudar mientras cruzaba el portal de entrada. Desde la oficina los tímidos rayos de sol que apenas se escabullían por las persianas me hacían una última invitación a la fuga, sin suerte.

Como todas las mañanas revisé el trabajo que dejaban los abogados de la tarde para hacer y más o menos me di una idea de cómo sería mi jornada. Para amenizar el momento decidí hacerme un café bien cargado mientras se terminaba de abrir la computadora.

Comencé a tipear entre sorbo y sorbo de café, y se hicieron las diez y media. Llegó mi jefe, curiosamente de buen humor, compartimos unos scones con el café y cada uno siguió en lo suyo. Hasta que entró por esa vetusta puerta monótona de todos mis días un hombre que sentí que cambiaría mi vida. Cuando entró me quedé mirándolo estupefacta. Era él, de quién mi jefe me había hablado hacía un momento: “viene a trabajar con nosotros” había dicho. Casi sin poder hablar le hice un gesto, como que pasara y le dije que en un momento mi jefe lo atendería. Se sentó, le ofrecí un café mientras me torturaba por dentro para encontrar una excusa para darle conversación, pero ninguna me parecía creíble o cuando menos, espontánea.

De reojo noté cómo miraba de un lado al otro, como husmeando el lugar. Sus movimientos eran además de pocos, breves y cansinos. En un momento creo que nuestras miradas se cruzaron. Se notaba que el no quería que me de cuenta que me miraba pero lo hacía. Después él volteó, y yo me dispuse a mirarlo a mis anchas mientras pensaba: “ Seguramente seamos buenos amigos, porque tiene aspecto de simpático y entrador. Compartimos mañanas enteras hablando de su vida y de la mía. Encontramos infinidad de pareceres. Hasta que por fin se animó a invitarme a almorzar. Y yo acepté. Salimos juntos a las dos de la tarde y fuimos a un restaurante muy lindo que hay a dos cuadras. Yo lo miré, él me miró. Me pregunto si quería champaña y yo le dije que no. ¡Cómo vamos a almorzar con alcohol! El me terminó convenciendo. Luego de comer caminamos un poco y al rato nos despedimos hasta mañana. Yo me quedé ilusionada pensando “¡Qué buen tipo y qué lindo que es!, de veras será tan dulce como parece. Los días subsiguientes nos vimos y a las dos semanas me invitó a cenar un viernes, “para poder quedarnos hasta tarde” agregó. Yo me sonrojé pero le dije que sí. Esta vez la invitación fue a su casa, aunque de todos modos pasaría a buscarme. Finalmente llegó el día. Me había comprado un vestido muy sensual, me había arreglado y me estaba poniendo perfume cuando él tocó el timbre. Salí, le dije que cerraba y nos íbamos. Subí a su auto llegamos a su casa y bajamos. Al entrar vi una mesa cuidadosamente preparada. Me obligó a sentarme sin que lo pudiese ayudar en nada. Y a los pocos instantes me sirvió champaña. Dijo: “mientras se termina de hacer la comida vamos tomando algo”. La luz era tenue, apenas iluminado por velas. Un centro de mesa con flores recién cortadas le daban un aroma particular al lugar. Me sirvió una copa más, se sirvió una él y dejó la botella envuelta en una servilleta dentro del balde. Ninguno había tocado la comida y ya nuestras miradas no se pudieron separar. El dejó su copa en la mesa. Me acarició los hombros. Me rozó la cara y con sus fuertes brazos me rodeó. No me pude resistir y me acerqué a él. Me dejé llevar por sus caricias y terminamos amándonos locamente. Amanecimos juntos. A los pocos días nos volvimos a ver y la noche terminó igual. Era un amante excelente de esos con los que existe una conexión única. A veces estaba por decirle que lo amaba, pero no quería apurar las cosas. La situación parecía peor de lo que era, nos amábamos locamente y casi ni nos conocíamos. Pero sólo con mirarnos sabíamos qué quería uno del otro, como si fuéramos viejos amigos. Pasaron semanas y meses y la relación fue creciendo. Cada vez nos entendíamos más y nos llevábamos muy bien compartiendo tardes, noches, amigos. Yo estaba realmente enamorada. Un buen día vino a casa con un ramo de rosas blancas (él sabía que a mí me gustaban) y un estuche rojo de pana. No pude contener la emoción, ¡me lo dijo! De la felicidad no podía hablar, estaba atónita... ¿Te querés casar conmigo?”
-Disculpame divina, ¿no sabés si tiene para mucho más?- preguntó el hombre hermoso que había entrado.
-Sí. Fue lo único que pude contestar. El hombre entonces agregó: “No, te pregunto porque tengo que a Mauri -mi pareja- esperando en doble fila y me va matar! Dejá, cualquier cosa decile que le dejo un beso y lo llamó después.”

Al dejar él la oficina entró un hombre de unos sesenta y tantos años, que bien podría ser mi abuelo. Para completarla me saludó diciendo: “Buen día hija. Yo soy el nuevo empleado.” Se sentó en el mismo lugar y miraba de un lado al otro como husmeando. Cuando vi que él volteaba, lo miré, pero esta vez preferí dejar de imaginar imposibles.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Ensayo Bienvenidos a la Nanolengua

Tal como afirma José Luis Ortiz Garza en su disertación “Tanto cuanto se lo permitamos” expuesta en el Coloquio “Horizontes de poder”, los satélites de difusión directa, la telefonía celular, la popularización de las computadoras personales, de Internet, del fax y demás parafernalia electrónica, demuestran claramente que la técnica ha simplificado notablemente la interacción humana, haciendo más poderosos a aquellos de quienes dependen estos enlaces. La concentración de importantes empresas de comunicación el temor en gigantescos consorcios multimedia, ha despertado en muchos ciudadanos el temor a una manipulación de sus vidas. Cumpliendo de esta manera las profecías descritas en las obras de Orwell (1984), Huxley (Un mundo feliz) y Bradbury (Farenheit 451), en las que la omnipotencia del tirano logra ejercer la alienación absoluta de la conciencia humana, de tal manera, que los habitantes de estos países, prefieren la situación imperante a las libertades individuales perdidas. Pero, vale preguntarnos: ¿Es realmente posible este peligro?

Sí. Negar la profunda influencia de medios masivos sobre el mundo actual sería cegarse ante la evidencia. Muchas de nuestras conductas son resultado de estereotipos que, más consciente que inconscientemente, nos contagian los programas o avisos emitidos por la televisión, radio y diarios entre otros.

A principios del siglo pasado, este efecto estímulo/respuesta que supuestamente producían los medios sobre la conducta del receptor, se denominaba teoría de la bala mágica. Esta implicaba que cualquier mensaje «cargado» y «disparado» por los medios, necesariamente surtiría efecto en la mente de las «víctimas», debido a que la posición del receptor en estos casos, sería la de un hombre o una mujer psicológicamente indefensos, razón por la cual los mensajes se grabarían fácilmente en sus mentes.

Contrario a esta postura mecanicista y denigrante de la capacidad intelectiva y reflexiva del ser humano, los expertos han demostrado que las principales influencias que inciden en la formación del comportamiento de una persona, provienen de los grupos primarios y el ambiente educativo, y no tanto de los medios de comunicación social, cuya misión es fundamentalmente: reforzar actitudes, creencias y opiniones ya existentes.

A fin de esclarecer el precedente análisis sobre la manipulación de la información por parte de los medios masivos hacia la opinión pública, analizamos en detalle cada una de estas obras distópicas literarias, para intentar comprender las ideas de Orwell, Huxley y Bradbury sobre el futuro de la humanidad.

En 1984 (año 1948) de George Orwell, el Estado controla absolutamente toda la vida de sus ciudadanos: sólo existe un partido político, los medios de información están controlados y manipulados para servir únicamente como propaganda del régimen, el amor y los sentimientos resultan prácticamente un acto de rebelión, la única lengua conocida es la nanolengua y sólo aquellos libros útiles al Estado y al Partido son traducidos a ella, condenando al olvido a todos aquellos otros que contienen ideas peligrosas (entendiendo que todas las ideas lo son) ya que lo que pretende es aniquilar la conciencia de los hombreas y obligarlos a ser estúpidamente felices. Esta reflexión surge de la filosofía que pauta el partido “El que controla el pasado controla el futuro; y el que controla el presente controla el pasado.”

Del mismo modo lo expresaba Huxley en Un mundo feliz (año 1932) donde presenta una sociedad en la que todos sus habitantes viven felices, pero a cambio, deben resignarse a no obtener ningún tipo de información adicional, más allá de la suministrada por los poderes públicos. Bajo este régimen, quien se revele y busque investigar más allá del sistema, será castigado con el destierro, ya que este tipo de reacciones no tienen cabida en el mundo feliz de la desinformación. La obra muestra un Estado absolutista completamente eficaz:

“Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores, pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducir a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los medios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela.”

Continuando el análisis de la manipulación de la información, llegamos hasta el futuro que Ray Bradbury propone en su Farenheit 451 (del año 1953). Aquí el absurdo se ha convertido en un departamento de bomberos que en vez de apagar los incendios, los provoca quemando todos aquellos libros que obligan a los ciudadanos a pensar distinto a la mayoría, a ser personas con voluntad propia, porque en verdad su fin es volverlos vulnerables a los designios del régimen. Para ilustrar este concepto, vale la pena citar al autor cuando pone en boca de Faber (un antiguo profesor) la siguiente reflexión para alentar a Montag durante su discusión con el capitán: “…recuerde que el capitán pertenece a los enemigos más peligrosos de la verdad y de la libertad, al sólido e inconmovible ganado de la mayoría.”

A la luz de lo expuesto, nuestra sociedad actual tiene mucho de la ciencia ficción que nos ofrecen estos tres grandes de la literatura, quienes casi proféticamente, han acertado en más de un caso sobre la dominación de las poblaciones a través de los mass media. Ahora, vale preguntarnos ¿qué fines motivan a los poderes públicos para que ejerzan este dominio totalitario sobre las sociedades? ¿Lo hacen en busca del bien común (felicidad) como se manifiesta en las tres novelas? A continuación, tres contundentes ejemplos de respuestas:

Como sucede en Farenheit 451, si les niega a los ciudadanos el acceso a la información, se les prohíbe la facultad de aprendizaje, de reflexión y así, la educación. Creando así ciudadanos frágiles a la dominación autoritaria, quienes en el futuro, seguramente tendrán serias dificultades para tomar decisiones, alcanzar su autonomía, libertad y desarrollo intelectual necesarios para desenvolverse en la vida.

Del mismo modo, si educamos a nuestros niños para que no se interesen por saber, analizar, explorar, meditar o investigar, sino que apenas se tiende a mantenerlos entretenidos, alegres o sedados y aletargados; como se infiere que viven los habitantes de Un mundo feliz (año 1931) de Aldous Huxley, cuando se conviertan en jóvenes, serán una generación perdida, incapaz de tomar decisiones por sí mismos, ignorantes, dependientes del estado totalitario y sobretodo oprimidos fácilmente manipulables al antojo del corrupto de turno.

Del 1984 de Orwell, destacamos el macabro plan que lleva a cabo el partido para hacer realidad su lema: “La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza”, que llega a provocar la pérdida total de la noción de la realidad, siendo todo habitante incapaz de diferenciar entre lo que es verdad y lo que es mentira. La ambigüedad misma impera en 1984 bajo lo que Orwell denominó doblepensar (modo de pensamiento que se basa en la contradicción misma). Práctica común en nuestros días, de tantos medios que se dicen y desdicen con tanta rapidez y facilidad que cualquier espectador se vuelve vulnerable y sumiso como los pobladores de Oceanía, dejándonos de lado a nosotros mismos como hombres racionales.

Para ver con otros ojos los postulados anteriormente expuestos, nos animamos a consultar textos de pensadores, escritores y filósofos que han mostrado diversas visiones sobre la comunicación, el acceso a la comunicación y la manipulación de los media.

Por citar un ejemplo Philippe Breton, quien en “La utopía de la comunicación, el mito de la Aldea Global,” manifiesta que el hombre de nuestros días es “Homo Comunicans (…) un ser sin interioridad y sin cuerpo (…) un ser volcado hacia lo social, que sólo existe a través de la información y el intercambio (…) gracias a las nuevas máquinas de comunicar.” En otras palabras, el desmesurado avance tecnológico ha provocado la atomización del ser humano, convirtiéndolo en una marioneta más del sistema, involucionando hacia lo tribal como diría Mc Luhan, volviéndolo un ser vacío, sin expectativas, sin reflexión y sin pensamiento. Un ser que ha olvidado su esencia frente a los demás seres vivos: la razón.

Este despojamiento del hombre sobre el hombre, también se ve reflejado en cómo nos comunicamos entre nosotros. Es decir, si el hombre en esencia ya no es nada, es lógico pensar que “…la comunicación se volvió una palabra que ya no quiere decir nada, a fuerza de querer decirlo todo.” Paradójicamente, lo mismo le sucedía a la neolengua de Orwell en 1984. Una lengua que tendía a la simplificación. A diarios que empleaban palabras monosilábicas, a contracciones, y año a año reducían el alfabeto. Definitivamente un pueblo sin habla difícilmente pueda hacerse o darse a entender.

Por su parte Alejandra Daiha en su artículo periodístico “El valor del vacío”, también aporta su visión sobre la reducción del lenguaje y la comunicación personal:
“Los nuevos modos de comunicación (Internet, mensajes de texto por teléfono celular) están operando inclusive sobre la manera en que se habla. Lo que ya se dio en llamar neo-lenguaje, es el resultado de un código creado para agilizar los contactos, hecho de palabras abreviadas, iniciales y contracciones, que ya empezaron a incorporarse al lenguaje oral. ¿Para qué? Nada más que para ahorrar palabras.”

Del mismo modo se manifiesta Schmucler afirmando que “la neolengua, en nuestra época transita por dos rumbos (…) la búsqueda (…) del buen funcionamiento de los sistemas globales, o el balbuceo de las palabras comodines que sirven para nombrar cualquier cosa.”

Este cambio de actitudes individuales a su vez lo llevó a cambiar la relación de las personas con su entorno social. Llegando a lo que Breton sentencia: “No existe más «ser humano» sino más bien «seres sociales» definidos por sus capacidades para comunicarse socialmente. El hombre moderno es un ser comunicativo. Su interior está por completo en el exterior.”

Héctor Schmucler, por su parte coincide con Dahia y Breton sobre el vaciamiento de la palabra como ente significativo y se cuestiona: “¿Desde cuándo las palabras comenzaron a perder fuerza? ¿Desde cuándo los hombres dejaron de ser la palabra?” Y agrega: “…la palabra se hizo técnica, instrumento y los seres humanos se hicieron instrumentos de los instrumentos.” Schmucler plantea claramente un futuro trágico para los hombres y la comunicación. Un mundo donde el hombre se aísla de sí mismo, convirtiéndose en apenas un engranaje de un sistema macabro del que difícilmente pueda escapar.

Por todo lo precedentemente expuesto y a modo de categórica conclusión, tomamos algunas palabras de Schmucler a fin de generar en el lector una mínima reflexión sobre el tema: Tal como sucedía en 1984, Un mundo feliz y Farenheit 451, hoy “Sin tiempo para la memoria, el el lenguaje humano desaparece. Sin memoria y sin lenguaje la voluntad humana (…) pierde significación” Y tengamos en cuenta que los tan vigentes lemas de Orwell pregonan “La guerra es la paz”, “La libertad es la esclavitud” y “La ignorancia es la fuerza”, hoy podemos afirmar sin sarcasmo: La comunicación es el aislamiento.”

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Una mirada con rimel a la creatividad publicitaria



(nota publicada en Clandestina.com, web estudiantil, año 1999)

El tema debate que hoy aborda esta columna es tan nuevo como la publicidad y tan viejo como las rivalidades entre ambos sexos:
“¿Por qué en creatividad publicitaria la mayor parte de los cargos creativos están ocupados por hombres?”
O, como bien lo planteó la web de Y&R en su investigación (la que inspiró esta nota): “Creatividad, ¿cosa de machos?”

Cabe aclarar que esta nota no forma parte de ningún manifiesto feminista, ni pretende sumarte o sumarse a las luchas de Pronto Shake (comercial del momento). No buscamos fama, ni lástima, ni cámaras de TV, ni flashes, ni autógrafos, ni un puesto en una agencia para callarnos (aunque lo podríamos pensar). Simplemente buscamos mostrar una “curiosa” faceta de la creatividad publicitaria.

Adentrándonos en el tema surgieron varias teorías para responder a tan compleja pregunta. Una de las primeras (que descartamos como se descartan las primeras ideas por ser las más obvias) fue la del mítico número de cabezas que posee el hombre a diferencia de la mujer (la que nos pareció más chiste que teoría) que además fue perdiendo sustento a medida que fue analizada más exhaustivamente por nuestras filósofas. Ya que, llegaron a la conclusión de que este pensamiento era exactamente a la inversa del que tenía Descartes. Es decir, su “supremacía intelectual” no piensa y sólo existe. (si tenemos la dicha de que exista –pensaron ellas-)

Los datos que arroja esta investigación del Departamento de Prensa de Y&R son realmente alarmantes (de veras, no exagero) más si pensamos que esto ocurre en el umbral del siglo XXI (bastante lejos de la época de la colonia donde la mujer era un objeto más de la casa que sólo traía hijos al mundo).

En Argentina la cosa está planteada así: de las 20 primeras agencias del país, 8 de cada 10 creativos son hombres. Sí, en números concretos de 267 personas (de los departamentos creativos) 222 son hombres y solamente 45 mujeres. A esto sumale que todos, o sea los 20, están liderados por hombres.

Mujer argentina nativa o por opción, si tienes entre 18 y 30 años no te dediques a la creatividad publicitaria!!! Dedicate a la jardinería, el origami, la gastronomía, corte y confección… ¡Pará! Antes rebuscar Utilísima Satelital, lee lo que opinan algunos de los que trabajan fuera y dentro del medio:

“Los creativos sobresalientes son los que ponen todo para estar ahí, y ahí encuentran poder, prestigio y trascendencia.” Silvia Cazoll (investigadora de mercado)


“Las buenas ideas no tienen sexo. Lo de las mujeres es autodiscriminación.” Gaby Herbstein (fotógrafa)

“Los espacios que debe ocupar la mujer son la cama y la cocina. Y si la cama está en la cocina, mejor.” Mario Pergolini. (Aunque se lo merecía no lo censuré porque quiero hacer una columna objetiva)

“Creo que las mujeres son más creativas que los hombres, sobretodo en el humor. Yo trabajo con hombres y mujeres, todavía no experimenté con travestis.” Jorge Guinzburg (periodista)

“La única manera de ganar espacios es ocupándolos. Y esa es una responsabilidad exclusiva de nosotras mismas.” Mariela Simirgiotis (Redactora Y&R Buenos Aires)

“La aproximación de un buen creativo varón a un tampón puede ser alucinante y la de una mujer a un botín de fútbol, todavía mejor.” Pablo Del Campo (Director general creativo y socio fundador de Del Campo Nazca S&S)

“El lugar que ocupes será exactamente proporcional al esfuerzo que hayas hecho para conseguirlo.” Magali Arrigo (Redactora de esta nota. Dejanos la tuya en el Foro Clandestino!)

La cuestión está planteada. Ahora está en cada una de nosotras asumir o no el desafío de intentar formar parte de este mundillo. Podés elegir descubrir en vos esa “otra sensibilidad” o “sensibilidad hacia productos femeninos” –según dicen por las sensaciones que experimentamos- “esa intuición”, “lo maternal”, “lo naif” y tantas otras excusas que se le puedan ocurrir a un creativo (no da la nota para agregarlas a todas). O demostrarte y demostrarles que una mujer puede ser madre, amante y una muy buena creativa que hace avisos inteligentes.

Para la reflexión dejo unas palabras de la escritora Anaïs Nin:
“La vida se encoge o se expande en proporción al coraje que uno tenga. Lo bueno es que el coraje no es uno, el mismo y para siempre. Crece con cada riesgo que uno toma, con cada paso que uno se atreve a dar sin imitar a nadie, ni espiar al del costado, siguiendo a ese susurro del alma tan parecido a la identidad.”

viernes, 21 de marzo de 2008

Acá no está lo que buscás



Y lo sabés. Pero seguís insistiéndo. Seguramente esperás que “alguien” (la Musa inspiradora, Houdini reencarnado en Copperfield o alguna fuerza extra terrestre llene tu heladera con ESO que sabés que nunca podría estar ahí dentro.


Qué será lo que nos lleva a abrir esa puerta cada vez que buscamos “algo”. Allí jamás reposarán las respuestas a: ¿qué debo hacer? ¿se lo digo? ¿me querrá? o ¿estará bien si …? Y mucho menos las existencialistas como ¿quién soy? ¿cuál es mi función en este mundo? ¿ese postre estará vencido?


Realmente lo que nos une a este artefacto es tan curioso, casi magnífico, sublime, mágico, magnético, hasta extra sensorial diría, pero sobretodo inexplicable. Muchos aseguran que la sola apertura de esta puerta nos hace reflexionar, nos llama a la introspección y nos vuelve autocríticos. Estos mismos científicos confieren a este electrodoméstico tal efectividad, que a los pocos segundos de realizar este perseverante acto, nuestra mente logra “recordar” aquello que andaba buscando.


Nuestra humilde reflexión personal luego de este exhaustivo análisis concluye en que cada heladera es artífice de nuestro destino. Y como tal, debemos elegirla minuciosamente. Ya que una de origen chino podría “inducirnos” a tomar clases de origami, mientras que una No Frost podría colaborar a mantener viva la llama del amor. De este modo, la única certeza entonces será asegurarse una buena “pitonisa”, un oráculo que mediante “apariciones o desapariciones” nos propicie un presente o futuro rejuvenecedor, gracias a la criogenia.

Nunca te des vuelta en el adiós




Caminé dos pasos y sentí su mirada clavada en mi nuca. Me di vuelta, la miré, me miró, creí, se rió. No tenía ni un diente, igual… yo no la quería para comer turrones. En ese instante me desperté bruscamente dando vueltas en mi cama completamente transpirado. Esa pesadilla había sido horrible. Era imposible que Eugenia, alias la chica de mis sueños, alias la más hermosa que había visto jamás, no tuviera… no… no era posible. Ese final debía ser una mala pasada de mi inconsciente.


Eugenia era una compañera de la facultad con la que cursaba Psicoanálisis I y desde que empezamos a leer a Freud, no podía dejar de soñar con ella. Esto me empezaba a preocupar porque temía que ella se volviera una obsesión.


Esa tarde justo la vi y algo pasó en mi interior. No se bien definir qué, sólo podría decir que gracias a ello me animé a pedirle unos apuntes. Me dijo que me los prestaba siempre y cuando se los devolviera en unos pocos días, porque justo iba a empezar a preparar esa misma materia. Feliz por lograr un primer contacto con ella, me fui a casa muy contento, leí sus apuntes, los fotocopié y me prometí alcanzárselos en la siguiente clase. Llegado el día busqué desesperadamente aquellas hojas sin suerte. No sabía cómo disculparme, así que le propuse llevárselos a su casa por la noche si le parecía bien y por suerte, así fue.


Llegué a su casa, toqué timbre y esperé. Estaba muy nervioso, ansioso, qué se yo. Cuando abrió la puerta sentí que el corazón se me salía de la garganta y encima ella podía escucharlo. Pasé, tomé asiento y me invitó unos mates. No podía creer lo que estaba sucediendo. Casi sin darme cuenta nos quedamos horas hablando de nuestras vidas. Me contó que vivía sola porque su amiga se había casado hace unos meses y que a pesar de extrañarla, poco a poco se acostumbraba a la soledad. Luego de tanta charla, me levanté tímidamente, tomé mis cosas y le dije que mejor la dejaba estudiar. Me acompañó hasta la puerta, siguió la charla y antes de despedirnos del todo, me dejé llevar por un impulso y la invité a salir. Sus labios no se movieron. Por un instante creí que se había molestado, pero enseguida respondió que sí animosamente. ¡No cabía en mi asombro! De mis sueños a la realidad en apenas unas semanas. De camino para casa su “Bueno te espero” se repetía una y otra vez en mi mente.


Llegó el gran día y ahí me encontré frente a su puerta. Ella estaba espléndida. Más hermosa que nunca. Fuimos a cenar a uno de esos lugares formales donde la luz es tenue y los platos además de exquisitos, minúsculos. Después del postre le propuse ir a bailar y así fue cómo entre copa y copa, en otro ambiente oscuro nos seguimos mirando fijamente a los ojos, como esperando algo más.


Se hizo tarde, ella sugirió volver y obviamente la llevé hasta su casa. La acompañé hasta la puerta, la despedí con un tierno beso y giré. Caminé dos pasos y sentí su mirada clavada en mi nuca. Me di vuelta, la miré, me miró, me reí, se rió. No tenía ni un diente, igual… yo no la quería para comer turrones.

domingo, 2 de marzo de 2008

Una mirada eternamente repetida

Y me dije: “Lo mejor que puedo hacer para encontrarla esperarla en la puerta de la casa, como hacen los investigadores privados.” Y ahí me encontraba, frente a su agujero negro de tierra, prolijamente tapado por unas ramitas que camuflaban la entrada. El día se estaba pasando, las horas corrían, llegaría tarde al trabajo. Pero ese minúsculo insecto no me ganaría. Al fin y al cabo sólo quería averiguar un poco más acerca de su comportamiento. ¡Qué le costaba salir! ¡¿Acaso era una estrella de Rock para tenerme ahí plantado?!

No le saque la vista de encima en toda la tarde. Apenas parpadeaba. Y creo que hasta lo hacía de a un ojo a la vez para no perderla de vista. Miré tan fijamente ese hueco que en un momento empecé a percibir que se agrandaba. Crecía y crecía cada vez más. Me asusté y traté de alejarme para no caer, pero fue en vano. Él fue más rápido que yo. La profundidad era increíble. Sólo sentía como mi cuerpo cortaba el viento y pensaba en el dolor del impacto que no llegaba nunca. Cerraba los ojos y me contraía para amortiguar el golpe. Pero increíblemente fui atrapado por unas cuatro manos (o patas, no sé) que me tomaron muy amablemente, casi con cariño. Marcaron algo en mi rostro, y me ubicaron a un lado. No sentía dolor, sólo un hormigueo que viajaba por mis piernas. Luego de permanecer un tiempo allí, noté que me encontraba en una especie de nursery, donde la hormiga reina (como la llamé) dividía a sus hijos en dos clases sociales: obreras y recolectoras. Las obreras se encargaban de limpiar, reparar, hacer túneles y proteger el hormiguero. Nosotros, en cambio, salíamos a buscar materiales y alimento para toda la colonia. Para ser verdaderamente recolectores éramos adoctrinados durante toda la niñez.


Fue una suerte pertenecer a este grupo, sino jamás hubiese vuelto a ver el sol. Mis compañeros dicen que, para esta tarea, se escogen los de mejores condiciones. Aunque también, a lo largo de la capacitación, se hace hincapié en lo fundamental de la hormiga recolectora: la fuerza. Sí, pero no sólo desde la parte física sino además desde lo espiritual. Porque una recolectora debe ser mucho más que perseverante y luchadora incansable. Debe enfrentar todo tipo de riesgo, y salir airosa de cualquier situación, con su objetivo cumplido. Además debe ser osada y tener muy buen sentido de orientación. Así por lo menos nos instruía un viejo soldado.


El tiempo pasó, y crecimos (bah, crecieron). Y al terminar el reclutamiento tuvimos nuestra primera experiencia de campo, como llamaban a la primer salida. De todos modos, fue bastante limitada, porque teníamos un perímetro de acción de treinta cuerpos alrededor de la puerta. Estábamos muy contentos, por fin íbamos a hacer realidad tantas teorías. El clima era perfecto. Todos tirábamos para un mismo lado. Un solo equipo salía a la cancha con un mismo fin. Y no podíamos volver hasta conseguirlo. Al estar tan apretados mientras buscábamos ramas, hojas, frutas y piedras nos cruzábamos y ayudábamos mucho más de lo que yo pensaba. Estuvo muy divertido.


Hubo muchas salidas más, pero yo recuerdo una en especial. Una tarde, a mi mejor amigo se le había ocurrido llevar una larga y pesada rama para construir un puente. Fui a ayudarlo porque apenas podía girarla entre el pasto y la tierra. Como estaba atascada entre unas raíces, intentamos girarla hacia un costado para luego cargarla en nuestros hombros y hacerla entrar por la cueva. Tiré con tanta fuerza de un gajo que lo corte y caí boca arriba en el pasto. Cuando reaccioné y volví a mi misión, me sorprendieron dos enormes ojos que me miraban fijamente. Esos colosales ojos, esa inmensa boca, toda esa semejante cara que acompañaba a tan inconmensurable cuerpo era... era yo. Era yo observando el comportamiento de las hormigas. Mi gesto era para una foto. ¡Qué terrible cara de estúpido! Estaba tan ensimismado mirando, que parecía bizco. Sí, era yo estupefacto ante la tenacidad de las hormigas frente a las dificultades. Por un momento, creo que yo también lo miré (bah, me miré) a los ojos. Ahí pude oír su voz (que también sería la mía) haciéndose eco de su pensamiento: “¡Qué perseverancia! ¿Les darán un proporcional de comida según lo que llevan? ¿O serán competitivas como nosotros? Tal vez hoy trabajan el doble como los japoneses para protestar porque les pagan poco. ¿Harán huelgas? ¿Quemarán cubiertas? No, quizás porque no tienen o porque no consiguen fuego...”


Mientras yo escuchaba semejantes disparates sentía vergüenza ajena (bah, propia) y hasta me sonrojé pensando que podrían escucharlo mis amigos; mi gran Yo tomó con su desmesurado dedo una ramita y la puso en mi camino como invitándome a subir. Yo, no podía quebrantar la primer ley de las hormigas recolectoras: debía enfrentar la situación adversa y subí.


Un gran envión me alzó tan bruscamente por los aires que tuve que aferrarme firmemente a la rama para no trastabillar y caer. En ese instante pude reflejarme en sus ojos y supongo que él también en los míos. Sentí cómo una mirada eternamente repetida nos dejaba atónitos por unos segundos. De repente, un torpe y repetido movimiento de su dedo me dijo que nos estábamos alejando de la colonia. Lo miré. Miré cómo la colonia se perdía en la inmensidad del parque. A la vez que cientos de imagenes cruzaban mi mente. Definitivamente no quería abandonar la colonia, así que volví a mirarlo y me arrojé al vacío.


Esta caída apenas duró un instante. Desperté con mi cara pegada a la tierra y a unos pocos centímetros del agujero que vigilaba. ¿Todo había sido un sueño? ¡No! Otra vez el hueco comenzaba a agrandarse sin darme tiempo a reaccionar. Caí nuevamente en ese agujero que parecía no tener fin. Una vez más me atajó la reina, me hizo otras marcas y me dejó a un lado. Fue entonces que comencé a sentir aquel hormigueo que si bien antes dominaba mis piernas, ahora adormecía todo mi cuerpo.